En el Paseo del Comercio, el vapor de los termos azules de Jorge Emiro Rodríguez anuncia que el día ha comenzado. “¡Tintico, tintico!”, grita con voz firme mientras sirve café en vasos plásticos. Lleva 15 años en este oficio, desde que una enfermedad lo sacó del trabajo formal. “Aquí uno vive apenas bien. No hay pensión, no hay salud, pero hay dignidad”, dice mientras acomoda sus termos como si fueran soldados en formación.
Jorge es uno de los más de 56% de trabajadores informales en Santander. Vendedores ambulantes, loteros, escribientes, lustrabotas, todos hacen parte de un ejército invisible que sostiene la economía desde los márgenes. América Peñuela, “escribiente tributaria viviente”, lleva 21 años ayudando a hacer cuentas en una esquina de la carrera 14. “Aquí no hay prestaciones, pero hay respeto. La gente confía en mí más que en una app”, afirma con orgullo.
Jóvenes sin arraigo: ¿desencanto o resistencia?
Mientras los mayores se aferran al rebusque, los jóvenes parecen alejarse del empleo formal. En el último trimestre, Santander perdió más de 9.000 puestos de trabajo, y el desempleo juvenil subió al 14,1%. Un empresario local, que pidió reserva de su nombre, lo explica sin rodeos: “Los pelados no se apegan. Se quejan del salario mínimo, de los horarios, de todo. Renuncian sin pensar que afuera no hay nada”.
Este fenómeno no es exclusivo de Bucaramanga. Según la Universidad de los Andes, el desempleo juvenil en Colombia ronda el 20%. Las causas son múltiples: falta de experiencia, desajuste entre formación y demanda laboral, y condiciones precarias que no motivan la permanencia. “Los jóvenes no son flojos, están frustrados”, dice Luz Magdalena Salas, vicepresidenta de ANIF. “El mercado les exige experiencia sin darles oportunidad”.
¿Qué está fallando?
• Desconexión educativa: Las habilidades que exige el mercado (digitales, blandas, colaborativas) no están integradas en los programas tradicionales.
• Microempresas sin capacidad de retención: El 95,3% de las empresas en Santander son micro, muchas sin recursos para ofrecer estabilidad.
• Cultura del desencanto: La precariedad laboral ha generado una generación que no ve futuro en el empleo formal.
¿Y ahora qué?
La informalidad y el desempleo juvenil son dos caras de una misma moneda. Mientras Jorge y América sobreviven con dignidad desde la calle, los jóvenes buscan sentido en un mercado que no los escucha. “Yo no quiero trabajar por un mínimo que no me alcanza ni para el arriendo”, dice Camila, 23 años, quien dejó su empleo en una tienda de ropa para vender accesorios por Instagram.
La pregunta no es por qué los jóvenes renuncian, sino qué les estamos ofreciendo. ¿Condiciones dignas? ¿Formación pertinente? ¿Espacios de participación? Bucaramanga, con su mística laboral y su gente verraca, tiene el reto de abrir caminos nuevos. Porque como dice Jorge, “uno no se rinde, pero tampoco se resigna”.








