El 5 de septiembre, Floridablanca fue testigo de un acto atroz: Doralba Graciano Borja, de 40 años, fue brutalmente agredida por su expareja en pleno centro comercial. El video circuló por redes, los medios lo difundieron, la ciudadanía se estremeció. Se ve claramente cómo el agresor la patea y luego le clava un arma cortopunzante en el abdomen. Doralba sobrevivió de milagro, tras dos paros cardiorrespiratorios y una cirugía de urgencia. Pero lo que no sobrevivió fue la esperanza de justicia.
Ese mismo día, el agresor se presentó en una estación de policía acompañado de un abogado. ¿Y qué hizo el sistema judicial? Lo dejó en libertad. ¿La razón? No fue capturado en flagrancia. Como si el video no existiera. Como si el testimonio de los testigos no contara. Como si la sangre derramada no fuera prueba suficiente.
¿Hasta cuándo vamos a seguir siendo el país de los sucesos y no de la prevención? ¿Cuántas mujeres más deben ser apuñaladas, golpeadas, asesinadas por sus compañeros o exparejas para que la justicia reaccione con dignidad y contundencia? En lo que va del 2025, ya son 14 mujeres asesinadas en Santander por violencia feminicida. Catorce. Y aún así, los jueces siguen aplicando la ley como si no vivieran en este país, como si no entendieran que cada omisión judicial es una sentencia de muerte para otra mujer.
La justicia no puede seguir siendo cómplice por omisión. No puede seguir ignorando el contexto, el historial de violencia, los indicios, los videos, los gritos. No puede seguir esperando que el agresor se entregue con abogado para que todo se diluya en tecnicismos. Porque mientras tanto, las mujeres seguimos siendo agredidas, perseguidas, silenciadas. Y cada vez que un juez decide no actuar, nos está diciendo que nuestras vidas no valen nada.
Hoy escribo esta columna con rabia, pero también con responsabilidad. Porque como periodista, como mujer, como ciudadana, no puedo quedarme callada. Porque Doralba merece justicia. Porque todas las que ya no están merecen memoria. Y porque todas las que aún estamos merecemos vivir sin miedo.








