La posible aspiración de Jaime Andrés Beltrán a las elecciones atípicas en Bucaramanga resulta, como mínimo, inoportuna. Venimos de ocho años de inestabilidad y sombras administrativas con las alcaldías de Rodolfo Hernández y Juan Carlos Cárdenas. En ese contexto, el paso de Beltrán fue breve y accidentado: alcanzó a impulsar algunos avances, pero no logró consolidar su política de seguridad antes de que los estrados judiciales lo apartaran del cargo por doble militancia.
Si llegara a presentarse nuevamente y lograra un triunfo, Bucaramanga podría entrar en un limbo jurídico similar al vivido en Girón, cuando Carlos Román fue elegido y luego apartado de su cargo, y el municipio terminó entre demandas e incertidumbre. Una situación así pondría en riesgo la gobernabilidad y la estabilidad de la ciudad.
Además, su eventual candidatura sería vista como una afrenta al Estado de Derecho. Pretender regresar al mismo cargo del que fue retirado por decisión judicial no solo desafía el sentido común, sino que mina la confianza ciudadana en las instituciones y en la ética pública.
Bucaramanga no necesita más interinatos ni disputas jurídicas: necesita rumbo, estabilidad y respeto por la legalidad.
Y a Jaime Andrés, con aprecio y franqueza, le digo: alguna vez creí en su aspiración y la respaldé, pero hoy le pido que no le haga daño a Bucaramanga ni a sí mismo. Aún tiene un camino largo y lleno de oportunidades, pero si insiste en volver ahora, abrirá un camino de demandas y tropiezos que terminarán pasándole factura y también a mí Bucaramanga del alma.