Ayer domingo 31 de agosto, el calendario marcó el Día Internacional de la Solidaridad. En teoría, es una jornada para celebrar el principio de ayuda mutua, ese que debería activarse cuando la vida se desmorona por causas políticas, sociales o naturales. Pero en Colombia, ¿qué se celebra cuando miles de familias están huyendo de sus tierras, cuando el Estado calla y la sociedad mira hacia otro lado?
Mientras en las ciudades se habla de paz, en las provincias se vive la guerra. Según la Defensoría del Pueblo, hay zonas rurales donde los grupos armados ilegales actúan como autoridad de facto. Imponen reglas, castigan, reclutan, confinan. En lugares como el Catatumbo, el sur del Valle del Cauca o el Bajo Cauca antioqueño, la vida se ha vuelto un campo minado—literal y simbólicamente.
Según cifras recientes de la Defensoría del Pueblo, más de 77.000 personas han sido desplazadas forzosamente en lo que va del año. Familias enteras han abandonado sus hogares por amenazas, enfrentamientos armados y confinamientos impuestos por grupos ilegales. Y sin embargo, el Gobierno Nacional guarda silencio. No hay pronunciamientos, no hay presencia institucional, no hay políticas urgentes que respondan al sufrimiento. En un país que se dice democrático, la solidaridad debería comenzar por el Estado. Pero en Colombia, el Estado parece mirar hacia otro lado.
Los testimonios son desgarradores. Madres que abandonan sus casas con niños en brazos, líderes sociales que desaparecen sin dejar rastro, jóvenes que no pueden estudiar porque sus escuelas están cerradas por orden de los fusiles. Y mientras tanto, el Gobierno Nacional parece ausente. No hay presencia institucional, no hay reparación, no hay escucha. La solidaridad oficial es una palabra hueca.
Hoy, miles de colombianos están emprendiendo el camino del desplazamiento forzado. No por lluvias ni terremotos, sino por la violencia que se niega a morir. Y lo más doloroso: el resto del país sigue su rutina, indiferente, insolidario. Como si el sufrimiento ajeno fuera un paisaje lejano, una estadística más.
¿Hay algo que celebrar hoy? Tal vez no. Pero sí hay algo que recordar: que la solidaridad no se decreta, se practica. Que no basta con hashtags ni discursos. Que en Colombia, ser solidario es un acto de resistencia. Y que mientras haya una sola familia desplazada, una sola comunidad silenciada, este día debe ser de duelo, de denuncia, de memoria.









