Por estos días, el Anillo Vial que une a Floridablanca con Girón no solo conecta destinos: también cuenta muertos. Nueve en lo que va del año. Nueve vidas que se apagaron en una carretera nacional que atraviesa el municipio como una herida abierta. La mayoría eran motociclistas. Jóvenes. Padres. Hermanos. Gente que no volvió a casa.
Y entonces, ocurrió lo insólito: el Estado se pintó a sí mismo la vergüenza. Juan José Gómez, secretario de Tránsito de Girón, salió con brocha y pintura blanca a marcar los huecos. Más de 200. No para taparlos—eso le corresponde al Gobierno Nacional a través del Instituto Nacional de Vías -INVIAS, sino para que se vean. Para que los conductores frenen. Para que no mueran más.
La imagen es surreal: una vía nacional llena de recuadros amarillos que parecen advertencias, tumbas, gritos. Cada hueco demarcado es un testimonio de abandono. Una protesta silenciosa. Una forma de decir “aquí estamos, y nos duele”.
“Es una medida preventiva”, dijo Gómez. Pero también es un acto de dignidad. De impotencia convertida en acción. Porque cuando el Estado local pinta los huecos que el Estado central ignora, algo se rompe. O se revela.
Los vecinos miran con incredulidad. Algunos aplauden. Otros lloran. Todos entienden que no se trata solo de pintura: se trata de memoria. De no permitir que el olvido se trague la tragedia.
Y así, el Anillo Vial se convierte en crónica viva. En lienzo de protesta. En mapa del dolor.








