En tiempos de elecciones atípicas, Bucaramanga se convierte en terreno fértil para los discursos grandilocuentes, las promesas imposibles y los candidatos que se presentan como salvadores. Como si la ciudad estuviera esperando un Mesías que venga a ofrecer el oro y el moro, aparecen encantadores de culebras que convencen hasta al más escéptico. Pero los bumangueses no pueden dejarse seducir por cantos de sirena.
La realidad es clara: el próximo alcalde no llega a refundar la ciudad, sino a terminar un Plan de Desarrollo que ya fue aprobado y está en marcha. Ese documento, construido por la administración de Jaime Andrés Beltrán Martínez y avalado por el Concejo, es el mapa que debe guiar las decisiones del nuevo mandatario. No hay espacio para improvisaciones ni para proyectos que no estén contemplados en ese plan.
Por eso, cualquier candidato que prometa transformar Bucaramanga de la noche a la mañana, que hable de megaproyectos sin sustento, o que prometa lo que no puede ejecutar, está mintiendo. Y lo hace con plena conciencia de que su oferta es inviable. La campaña no puede convertirse en un concurso de ilusiones, sino en un ejercicio de responsabilidad.
Los ciudadanos deben exigir claridad, compromiso con la legalidad y respeto por la institucionalidad. El próximo alcalde tendrá menos de dos años para gobernar, y su principal tarea será ejecutar lo que ya está trazado. No se trata de quién grita más fuerte, sino de quién entiende mejor el deber que le espera.
Bucaramanga no necesita Mesías. Necesita un administrador serio, que sepa terminar lo que ya se empezó. Porque gobernar no es prometer, es cumplir.









