Partió en Bogotá, tras una breve enfermedad, el abogado, historiador, periodista y maestro Benjamín Ardila Duarte. Su nombre, ligado a la erudición y al pensamiento crítico, deja una huella profunda en la vida intelectual del país y en la memoria afectiva de Santander, tierra que siempre llevó consigo como raíz y brújula.
Formado como abogado en la Universidad Libre y con estudios de posgrado en París, Ardila Duarte fue mucho más que un jurista: fue un lector voraz, un conversador brillante y un sembrador de ideas. Su curiosidad no conocía fronteras. Leía con la misma pasión tratados de Hacienda Pública que poesía clásica, y tenía el don de convertir cada lectura en una herramienta para comprender mejor el mundo.
En sus años iniciales, dejó una marca indeleble en Vanguardia Liberal, donde ejerció como subdirector. Desde allí impulsó una mirada moderna del periodismo y escribió editoriales que aún resuenan por su lucidez. Más adelante, ya radicado en Bogotá, combinó el ejercicio del derecho con la docencia universitaria, el análisis histórico y la escritura. Su voz se convirtió en referente en conferencias, columnas y debates públicos.
Quienes lo conocieron lo recuerdan con afecto y asombro: siempre con una bolsa de libros o manuscritos, dispuesto a compartir una cita, una anécdota o un poema. Su memoria era prodigiosa, capaz de recitar discursos enteros o evocar pasajes literarios con precisión quirúrgica. No era solo un sabio: era un puente entre generaciones, entre disciplinas, entre mundos.
Su conocimiento técnico lo llevó a liderar la reorganización de la tesorería de Bogotá, modernizando procesos y fortaleciendo la gestión pública. Como Superintendente de Notariado y Registro, orientó la fe pública con rigor y visión. En el Congreso, defendió con convicción las ideas del expresidente Alfonso López Michelsen, de quien fue amigo cercano y consejero.
También representó a Colombia como diplomático en Alemania, donde su dominio de idiomas y su sensibilidad cultural lo convirtieron en un interlocutor respetado. Fue miembro de número de la Academia Colombiana de Historia y de la Academia de la Lengua, con vínculos honorarios en instituciones de España, lo que confirma su talla internacional.
Pero más allá de los cargos y reconocimientos, Benjamín Ardila Duarte fue un humanista. Un hombre que pensaba con profundidad, hablaba con elegancia y vivía con coherencia. Su legado no está solo en sus libros o en sus gestiones públicas, sino en la forma en que supo encarnar el valor de la palabra, la importancia del conocimiento y el compromiso con lo público.
A su esposa María Teresa de Ardila, a sus hijos, nietos y seres queridos, les extendemos un abrazo solidario. Santander despide a uno de sus hijos más ilustres. Su memoria, como su biblioteca, seguirá abierta.
¡Paz en su tumba!








