¿Para qué se cae?, para aprender a levantarse. Así parece rezar la historia de Juan José Betancourt, ganador de la medalla número 21 para Colombia en los Juegos Paralímpicos de Tokio.
No importó la lluvia y el frío en la capital japonesa de las últimas 48 horas. Su mente estaba enfocada en el triunfo que ya le había sido esquivo en la última semana: sexto lugar en la contrarreloj individual que le otorgó un diploma olímpico y que recibió muy emocionado.
Por eso, desde la partida, Juan José rodó en un promedio excepcional de velocidad y lideró la competencia durante gran parte de la misma, y a mitad de la carrera iba primero. Luego vino lo impensable, pero que es muy frecuente en el deporte de las bielas: una caída grupal donde se vio involucrado y la oportunidad para sus contendores, como el chino Jianxin Chen quien tomó la delantera y del belga Tim Celen, en segunda posición.
Sin pensarlo dos veces se levantó con agilidad, tomó su ‘caballito de aluminio y carbono’, modificado para la capacidad distinta de Juan y de los competidores, e hizo lo que sabe hacer: pedalear sin descanso, con todas sus fuerzas. Llegó tercero y logró la medalla.
Una vez cruzó la meta, Betancourt miró al cielo, se echó la bendición y frenó en la zona especial donde se ubican los técnicos y asistentes de cada equipo; los suyos aplaudían a rabiar. Luego le pasaron una bandera nacional que besó con ese amor de los atletas cuando logran la hazaña y, sin dudarlo, se la echó sobre los hombros, como si fuese una capa, donde se concentran sus súper poderes, los mismos que lo hicieron levantarse luego de la caída, los que lo hacen sonreír y hacer la ‘V’ de la victoria.