En las agrestes entrañas del imponente Cañón del Chicamocha, en Santander, donde el sol parece besar las rocas ‘coloradas’ y el viento cálido susurra historias antiguas, reside la cabra criolla santandereana, una criatura que se convirtió en patrimonio genético de Colombia y cuya fortaleza y adaptabilidad son leyenda entre los habitantes de la región.
Como una bailarina en un escenario desafiante, esta especie ancestral danza sobre terrenos secos, rocosos y empinados, retando la gravedad con cada paso. Se les ve trepadas en los árboles, en peñascos o desfiladeros casi verticales, como si tuvieran imanes en las patas; o deambulando libres, incluso por la serpenteante carretera de Pescadero… Pero cuando las manecillas marcan las 4:00 de la tarde, el reloj biológico o esa brújula natural que poseen para no perderse en la inmensidad del cañón las hace retornar a los apriscos.
Es pequeña, de color panela, ágil y muy resistente a enfermedades. Sobrevive a altas temperaturas y a la sequía de los suelos rocosos del gran cañón. A pesar de encontrarse en zonas que superan los 30 grados centígrados, la cabra santandereana se multiplica, tiene buena fertilidad y bajas tasas de mortalidad, como ha quedado evidenciado en recientes estudios realizados por investigadores de la UIS.
Desde los salones de la Universidad Industrial de Santander, el semillero de investigación Chíxi Grandin ha dedicado esfuerzos incansables para comprender los secretos genéticos, los rituales reproductivos y los misterios de la conservación de esta joya de la biodiversidad colombiana. Los investigadores han trabajado con devoción, mezclando la ciencia y el respeto por la naturaleza y la tradición, para salvaguardar el legado de la cabra criolla santandereana.
“Este proyecto se desarrolló en el marco del trabajo de grado de los estudiantes del programa de Zootecnia: Jorge Oviedo y Luis Hernández. Lo que estábamos buscando era tratar de comprender los patrones de crecimiento de ese recurso zoogenético propio del departamento y a partir de unos índices morfométricos tratar de cuantificar la capacidad de producción de carne de estos individuos”, explicó Daniel Felipe Torres, del programa de Zootecnia del Ipred UIS.
“Tuvimos una segunda fase importante que era tratar de reconocer patrones reproductivos de calidad seminal, como una base para establecer, en un corto plazo, un banco de germoplasma (…) pajillas de semen que puedan comercializarse y distribuirse en Santander porque (…) vemos que nuestro recurso genético se está perdiendo y que en el corto plazo, esta diversidad genética que se había alcanzado se va a ir reduciendo, entonces nuestra tarea es proyectar estudios frente al potencial de la cabra criolla santandereana y con esto poder propagar esta alta genética que se tiene en el departamento y contribuir a la conservación de esta raza”.
Los expertos estiman que este caprino llegó a Colombia en un viaje de Cristóbal Colón, pero de estas razas españolas ya no queda rastro. Poco a poco se fueron dando cambios genéticos que dieron origen a una raza pura: la cabra criolla santandereana, gracias a las peculiaridades de alimentación, relieve y sanidad de las vastas tierras de la región. Se adaptaron. Ahora hacen parte del paisaje de 22 municipios de Santander. Viven en verano constante, con solo piedras, cactus y hierbas endémicas. Son un orgullo para los santandereanos.
Hace poco más de siete años, el 30 de abril de 2017, se logró la certificación nacional de la cabra criolla santandereana como patrimonio genético de Colombia, dentro de la especie caprina, ante el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural. Y como cereza del pastel, la Asamblea departamental, a través de una ordenanza, institucionalizó en Santander la cabra como animal nativo y declaró el día 17 de marzo de cada año, como el ‘Día Departamental de la Cabra Santandereana’.
En los estudios que se analizaron para que esta cabra fuera la primera que se declarara autóctona nacional, se incluyeron además tres características importantes: la gran productividad cárnica y reproductiva de la especie, así como su vital importancia para la seguridad alimentaria de zonas como Cepitá, Villanueva o Capitanejo.
Elí Atuesta, un ‘curtido’ capricultor de la zona, quien se sabe de memoria la historia, el manejo y la preparación de esta raza, explica con orgullo la importancia que tiene para el campesino santandereano, principalmente de la zona de Guanentá, esta raza autóctona.